jueves, 3 de noviembre de 2011

   El oleaje bordando la blanquisima filigrana de espuma, el viento levantando, cada tanto, una arena de oro pálido que la luz transformaba en lentejuelas mínimas agitándose con movimientos de pandereta.
Me senté con las piernas encogidas, las manos sosteniendo mis rodillas, y fue como si me hubiese vuelto invisible. Ya nadie me veía.
Eramos solamente ese inconmensurable mar bullente y movedizo, un poco azul, un poco verde, tan murmurador.... y yo.
Yo necesitando a todo el mundo y sin nadie que me necesitara a mi.
Cuando la playa quedó casi desierta, me levanté para marcharme. En la arena estaba la forma de mi cuerpo: allí permanecería hasta que la verde mano del mar la emparejara, borrándola, borrándome.
Me quité los anteojos para limpiar los vidrios empañados, que casi no me dejaban ver. Pero mientras regresaba me di cuenta de que no, no eran los vidrios. Era yo, llorando.
Poldy Bird

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